Opinión
La España de los silentes
Solana y Siquier protagonizan en el Bellas Artes dos miradas complementarias a la visión "negra" del país
¿Es cada tiempo condicionante de la mirada que se dirige a una misma realidad? ¿O acaso la realidad es cambiante, aunque parezca detenida?
Desde hace unas semanas, el pintor José Gutiérrez Solana y el fotógrafo Carlos Pérez Siquier dan prueba de una direccionalidad perceptiva semejante en la exposición organizada por el Museo de Bellas Artes de Asturias y que se ha presentado bajo el título "De la España negra a la España desposeída".
Solana y Siquier: dos creadores que separados, tanto en tiempos como en formas, presentan una suerte de sensibilidad común que ha posibilitado una reunión inédita hasta la fecha. Dos testimonios que dan cuenta de la historia de nuestro país a partir de la memoria de los menos favorecidos: aquellos desheredados, acaso olvidados, sobre todo humildes y tradicionales que habitaron la España de la primera mitad XX. En este sentido, lo interesante de la propuesta de ambos creadores no es evidenciar las mejoras palpables de un país que, en las dos ocasiones, supera un nefasto acontecimiento –el desastre el 98 en el primer caso, y la Guerra Civil en el segundo – sino que, partiendo precisamente de dichas adversidades, se acercan al paisaje que parece no haber mutado. El que arrastra el tiempo ya vivido y parece moverse a fuerza de inercias heredadas.
Solana lo hace a partir de aquellos temas que son fetiche en su imaginario: las procesiones, las corridas de toros, los objetos inanimados de apariencia humana, los arrabales, las gentes de pueblo y, por supuesto, las carnavaladas. Pinturas y estampas que acogen lo más genuino de su producción y que refuerzan el concepto de España negra presente en otros creadores hispanos anteriores y contemporáneos al artista madrileño. Basta acercarse al cura de pueblo que protagoniza una de las pinturas más sobresalientes del conjunto expositivo, en donde constatamos una España detenida en la que religión, tierra y ocre configuran un escenario del que parece no haber escapatoria. Como una realidad irrevocable que es plasmada como quien arroja un mal diagnóstico, sin piedad.
¿Hay, acaso, lugar para la esperanza y la alegría en la España de Solana, aquella que también será la de Siquier, y por la que ya habían pasado otros como Ribera, Goya o Darío de Regoyos? Parece difícil. Sin embargo, no lo es en absoluto. Y es aquí, donde la presencia de Siquier viene a rebatirlo con la magistral serie dedicada a La Chanca: el barrio almeriense que el tildado por sus habitantes como "el americano" fotografió entre 1957 y 1965 y en donde hallamos otra forma de vivir esa misma realidad. Y es que en las instantáneas que cuelgan en la última sala de la muestra no es desesperanza y abatimiento lo que encontramos, sino dignidad y orgullo, sonrisas y bailes, vida. Son niños jugando en la calle, mujeres caminando, madres amamantando a sus hijos. Personas que, lejos de presentarse pétreas como aquellos majestuosos toreros de Sepúlveda que Solana plasmó en 1923, son captadas de forma espontánea, portando el movimiento implícito en sus gestos. Y sí, las calles continúan estando sin asfaltar, son humildes las ropas que visten los hombres, las mujeres de mayor edad siguen cubriendo con paños negros sus cabezas pero, sin embargo, la búsqueda de Siquier presenta otra intencionalidad, otra necesidad de realidad.
Quizás es cierto que hay algo profundamente hispano en el concepto asociado al término España negra y del que nuestros artistas no pueden desprenderse. Y, en este sentido, puede que el propio Siquier participe de dicha tradición, como así lo hizo decididamente Solana. En cualquier caso, si algo nos muestra esta exposición es la riqueza de miras de nuestros artistas a la hora de enfrentarse a realidades similares. Y así, poder pensar que quizá es el tiempo de cada persona el que marca la opción y el objetivo, aunque la realidad nunca deje de ser la misma.
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